La percepción social del jazz en España
Desde sus comienzos, a principios del siglo XX, el jazz ha sido entendido y percibido de muy diversas formas. El término fue tomando con los años la forma de un enorme paraguas bajo el que se cobijaban una gran cantidad de subgéneros con grandes diferencias entre ellos, aunque siempre con algunos denominadores comunes, como el swing, refiriéndose a esa sensación visceral que surge en los músicos y que llega al público, aunque los más conocidos son la improvisación y el gran nivel técnico de sus músicos.
Si desde sus orígenes hasta prácticamente la década de los 50 el jazz había sido una música popular, aunque ya había tenido sus coqueteos con la música académica, en aquellos años aparecieron una serie de trabajos que dieron un vuelco importante al género y que el free jazz o el movimiento Third Stream de los 60 llevaron mucho más lejos. Así, el jazz adquirió un prestigio mucho mayor que el que tenía hasta entonces en los músicos y compositores de formación clásica, alejándolo al mismo tiempo de una gran parte de la población. Curiosamente además, en un momento en el que el género estuvo más cerca que nunca de la nueva conciencia social que la población negra había adquirido.
A partir de entonces una gran parte de la sociedad empieza a ver el jazz como música culta, casi equiparable a la música clásica. Esa percepción, ayudada por la creciente institucionalización y el apoyo académico al género, ha fructificado en los últimos cuarenta años hasta tal punto que el género es visto habitualmente como parte o relacionado íntimamente con la alta cultura. De hecho, los primeros acercamientos al jazz en nuestro país vinieron de una parte importante de escritores adscritos a la vanguardia, como Ramón Gómez de la Serna, quien ya dedicó algunos escritos y reflexiones al jazz mientras que la prensa y los periodistas musicales apenas le dedicaban unas líneas. La cuestión puede llevarnos incluso más allá, porque la propia distinción entre una alta cultura y una cultura popular nos lleva a un tipo de discurso elitista y minoritario, que acaba reproduciendo y fortaleciendo las relaciones de poder históricas entre las élites y el pueblo.
Las causas de esta percepción que gran parte de la sociedad tiene del jazz son múltiples y variadas, pero aún más importante debe ser qué podemos hacer para cambiarla. Y ahí quienes nos dedicamos a escribir de música podemos jugar un papel importante si conseguimos expulsar el tono arrogante de los textos, el halo de superioridad del que se rodea el crítico musical, las comparaciones vacías y nos dedicamos a hacer divulgación, dejando de lado un tono academicista que no nos corresponde y que acentúa esa imagen de música culta del jazz.
Porque el público es inteligente, pero no necesariamente tiene por qué ser especializado, y desde la prensa musical debemos recuperar una cierta vocación pedagógica para conseguir transmitir y divulgar ese componente de rebeldía y libertad del jazz, que ningún otro género posee. Una libertad que toma forma musical mediante la improvisación que puede ser apreciada y disfrutada por cualquier tipo de oyente, porque como dijo Duke Ellington: “si la interpretación no tiene swing, la música no significa nada”.
Todos los textos han sido publicados también en El Club de Jazz.
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