30/6/15

Billie Holiday. 100 años de su nacimiento.


Con una grave cirrosis y los efectos de la heroína ya visibles en su cuerpo, Billie Holiday salió a pasear una tarde, pocos años antes de fallecer. En una calle cualquiera de la Nueva York de los años 40 alguien la reconoció a pesar de su aspecto desaliñado y le dijo: “¿cómo estás Lady Day?” a lo que ella contestó: “bien, ya sabes, sigo siendo negra”. Esta anécdota que cuenta Dorian Lynskey en el libro 33 Revolutions Per Minute condensa perfectamente el sentimiento y la vida de la cantante más importante del jazz de todos los tiempos.

Billie Holiday era negra y eso implicaba en los Estados Unidos de los años 20 y 30 que no eras un ciudadano de pleno derecho. Añadamos otra obviedad: era mujer. Una mujer negra nacida en Baltimore (o Philadelphia, según las fuentes) en esos años no tenía muchas oportunidades. Pocas eran las que se dedicaban a la música, aunque Alberta Hunter, ‘Ma’ Rainey y Bessie Smith hacían sus primeras grabaciones por aquel entonces y serían más tarde reflejo en el que se fijaría una joven Holiday.

Nunca tuve la oportunidad de jugar con muñecas como otros niños.
Empecé a trabajar cuando tenía seis años de edad”. 

La vida no era fácil. Cuando Holiday nació su madre tenía 13 años y su padre 15, así que la dejaron al cuidado de sus abuelos, que no le dieron un trato especialmente cariñoso. La pequeña Holiday, sin embargo, no se resignaba a hacer pequeños trabajos para sus abuelos y los enfrentamientos fueron frecuentes. Así que a los nueve años fue internada por poco tiempo en un centro para jóvenes afroamericanas problemáticas llamado House Of Good Sheperd. Un lugar poco agradable al que regresó meses más tarde después de sufrir abusos sexuales cuando vivía sola con su madre.

A finales de los años 20 se mudó a Nueva York con su madre, donde trabajó en un prostíbulo de Harlem por un corto periodo de tiempo. La noche neoyorkina de los primeros años de la Gran Depresión mezclaba sin pudor y de una forma casi natural la prostitución, el alcohol y la música. Un aliciente para los blancos adinerados que buscaban nuevas experiencias en aquellos tugurios donde se cantaba de mesa en mesa para no incomodar a los vecinos con el ruido.

No existe un maldito negocio como el del espectáculo,
tienes que sonreír para no vomitar”. 

Del prostíbulo a los clubes había un paso y Holiday lo dio pronto. Con tan sólo 18 años un fortuito encuentro con el productor John Hammond mientras cantaba en un club que le cambiaría la vida. Gracias a él grabó sus primeras canciones en 1933 con la banda de Benny Goodman: Your mother's son-in-law y Riffin' the Scotch, que tenía una muy acertada referencia a la bebida teniendo en cuenta la afición que siempre mostró Holiday por ella. Curiosamente, unos cuantos años más tarde, le ocurrió algo parecido con el compositor Arthur Herzog Jr., con quien grabó una de sus composiciones más conocidas, God Blessed the Child.


En el Café Society, cuyo eslogan decía “el lugar equivocado para las personas de bien”, la joven veinteañera comenzaba a atraer bastante público después de haberse labrado un nombre cantando con la banda de Count Basie en Harlem. Desde entonces su carrera fue en ascenso. Trabajó con algunos de los mejores músicos de jazz de su tiempo, como Ben Webster, Teddy Wilson o Artie Shaw y conoció al que muchos biógrafos coinciden en señalar como el gran amor de su vida: el saxofonista Lester Young, quien la apodó cariñosamente Lady Day. Son sus años dorados, desde comienzos de la década de 1930 hasta inicios de la siguiente, de los que las grabaciones con Columbia son el testimonio más apasionante que podemos encontrar.

Sólo la canto para gente que pueda apreciarla y entenderla”. 

La carrera de Billie Holiday llega a uno de sus puntos álgidos con la canción Strange Fruit. La composición se sustenta en una letra del escritor Abel Meeropol, que se inspiró en un linchamiento que se produjo en 1930 en Indiana. Él mismo compuso también una melodía sencilla que cantaba su mujer a veces entre amigos. En una de esas actuaciones un trabajador del Café Society pensó que debía hablarle de la canción a su jefe. De ahí a la voz de Holiday apenas hubo nada más que hablar y en 1939 grababa la composición de 3 minutos en unas 4 horas escasas.

Aunque no era la primera canción que trataba el tema del racismo sí fue la primera que incluía un mensaje político claro y contundente en un contexto de entretenimiento como era la música. Y eso tenía sus consecuencias en una sociedad blanca: algunos promotores quisieron obligarla a no cantar la canción, pero ella añadió una cláusula a sus contratos en la que quedaba a su juicio el hacerlo o no. Cuando lo hacía siempre era al final de su actuación, iluminada tan sólo por un foco y comenzando a cantar con los ojos cerrados.


Strange Fruit, a pesar de convertirse pronto en todo un símbolo para la izquierda norteamericana, estaba lejos de ser propaganda. Era arte y rabia en su máxima expresión. Era la canción en la que Holiday pudo condensar todas sus experiencias y su dolor contra el racismo imperante. Apenas un par de años antes su padre había muerto. No le atendieron en ningún hospital de Dallas por ser afroamericano: “no le mató la neumonía, le mató Dallas”. Todo eso estaba representado en una letra corta, pero intensamente desgarradora:

"De los árboles del sur cuelga una fruta extraña.
Sangre en las hojas, y sangre en la raíz.
Cuerpos negros balanceándose en la brisa sureña.
Extraña fruta cuelga de los álamos.

Escena pastoral del valiente sur.
Los ojos saltones y la boca retorcida.
Aroma de las magnolias, dulce y fresco.
Y el repentino olor a carne quemada.

Aquí está la fruta para que la arranquen los cuervos.
Para que la lluvia la tome, para que el viento la aspire,
para que el sol la pudra, para que los árboles lo dejen caer.
Esta es una extraña y amarga cosecha". 

Holiday mostró en aquellos días un talento inusual, pero su vida se iba llenando cada vez más de los peores hombres que podía encontrar, un abuso cada vez mayor del alcohol y entradas y salidas de cárceles y sanatorios mentales. Por si fuera poco, a comienzos de los 40 descubrió la heroína y las autoridades se fijaron en ella y no dejaron de perseguirla hasta que por fin pudieron meterla en la cárcel en 1947. Allí estuvo sólo un año, pero al salir le fue retirada la tarjeta que autorizaba a los músicos a actuar en los clubes nocturnos.

Un año y medio antes de fallecer publica su penúltimo disco y uno de los más emblemáticos: Lady in Satin. Durante su grabación Holiday bebía vodka y ginebra sin parar. Su voz había cambiado y perdido gran parte de las peculiaridades que hicieron de ella una de las voces más conocidas de los años 40, pero la intensidad que ponía en sus interpretaciones aún seguía siendo una experiencia devastadora. For Heaven’s Sake y I’m a Fool to Want You siguen siendo más de 50 años después absolutamente conmovedoras a pesar de unos arreglos que no siempre le favorecían.

Si voy a cantar como cualquier otro entonces no necesito cantar en absoluto”. 

Los problemas de Lady Day con el alcohol y otras sustancias fueron sólo el viento que azuzaba un fuego mucho más peligroso: un catálogo de experiencias traumáticas que desembocaron en un comportamiento errático y unas actitudes enormemente tóxicas. Un drama casi imposible de separar de su legado artístico, al igual que el de otra joven que al otro lado del charco también deslumbraba a muchos con su lacónico fraseo y la intensidad emocional que imprimía en sus interpretaciones: Edith Piaf. Quizá había que vivir de esa forma para poder transmitir tanto después en las canciones. 

Fuentes: 
  • 33 revolutions per minute. Dorian Lynskey. 
  • Con Billie. VV.AA. Global Rhythm Press. 
  • Racial Segregation in the American South: Jim Crow Laws. Prejudice in the Modern World Reference Library, Vol. 2, 2007. 
  • Documental “La segregación racial en EE.UU.” 
  • Blog La música es mi amante

* Artículo publicado originalmente en el número 4 (abril de 2015) de la revista Nevermind.

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